La trama de Blanca

Blanca Frías se nos muestra con una sensibilidad en tensión, intensa y calma a la vez. Los colores se manifiestan en su expresión más plena y pura, como pugnando por hacerse su lugar en el mundo, anhelando aquella porción del espacio en donde encontrarán su realización. De una manera extraña y sorprendente, Blanca integra dos mundos, que aparecen como contrapuestos, pero que, sin embargo, conforman una realidad que es una y la misma. Porque cada uno de ellos, en cierto modo, se nos revela por referencia al otro. Descubrimos hasta qué punto la ciudad es fría y distante, por momentos inhumana, una vez que hemos podido experimentar el calor quieto e íntimo del Sol, que nos ilumina e ilumina la tierra. Del mismo modo, en las obras de Blanca, la artificialidad extrema, industrial, de los materiales lisos, pulidos y brillantes convive con la aspereza y la opacidad primitivas de los planos rugosos y entramados, que son casi una continuación de una naturaleza remota, que no se resigna a dejar de ser ella misma, y que se permite ignorar la existencia del hombre. La intensidad de lo urbano y actual se entrelaza, entonces, con lo agreste y sin tiempo. Son los hilos y las puntadas de Blanca los que nos hacen posible enlazarlos y experimentar esa tensión. Una tensión que acaso también a nosotros, como a ella, nos atraviesa.
Silvia Manzo   Dra. en Filosofía –   Univ. Nacional de La Plata