Rodolfo Walsh, el escritor Por Adriana A. Bocchino Letras-Celehis-UNMDP

“Todos se hicieron famosos. Le conté mi historia a ese señor. Él todo. Y yo nada”. El “fusilado que vive” se queja, por el 2006, ante las cámaras de Teleocho Investiga. Juan Carlos Livraga reclama ante Santo Biasatti. Ahora ya pasaron más de 60 años de los fusilamientos en León Suárez y 60, el 23 de diciembre de 2017, de la publicación del primer artículo de Rodolfo Walsh sobre el tema, “Castigo a los culpables”, en Propósitos, el diario de Leónidas Barletta. El libro de Operación Masacre que conocemos se inicia allí. Se puede trazar una síntesis de la historia del texto a partir de lo que cuenta el mismo Walsh en el prólogo a su primera edición. El 15 de enero del 57, Revolución Nacional -hoja gremial que dirige Luis Cerruti Costa- se anima con el reportaje a Livraga. En febrero Cerrutti no puede seguir adelante y sólo dará a conocer algunos datos. Walsh no obstante sigue investigando. En marzo nace la idea de escribir un libro. Los frondizistas manifiestan su apoyo económico pero la impresión no se produce. En mayo, Walsh decide ofrecer el libro, en una serie de notas, al director de Mayoría, Tulio Jacovella. El 27 sale la primera nota de Operación Masacre con el subtítulo Un libro que no encuentra editor. En Mayoría aparecen ocho entregas, una por semana. En julio queda convenida la publicación de la primera edición con Sigla, una editorial dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo. En diciembre sale a la venta bajo el título Operación Masacre, un proceso que no ha sido clausurado.

Roberto Ferro sostiene que hasta ese momento el objetivo concreto es producir saber acerca de un hecho ignorado por la prensa. Por el contrario, Ana María Amar Sánchez sostiene una lectura literaria desde la primera edición en libro. Polémica aparte, la edición de 1964, la segunda, con otro título, Operación Masacre y el expediente Livraga, con la prueba judicial que conmovió al país, muestra un importante trabajo de reescritura (veáse la reconstrucción de Ferro en el prólogo a Yo también fui fusilado, Vuelve la secta del gatillo y la picana y otros textos de Rodolfo Walsh. Bs. As: Los libros de gente Sur, 1990). En 1969 aparece la tercera edición, Jorge Álvarez Editor, con el título definitivo de Operación Masacre, donde aparecen nuevas marcas, un nuevo prólogo. Ferro dice que recién a partir de aquí puede pensarse en una lectura literaria como posibilidad privilegiada. Yo creo que, en todo caso, sólo hasta el ‘76. Se realizan a partir del ‘69 siete ediciones. De aquí que se piense en Walsh como un escritor de los ’70, cuando la dictadura nos lo devuelve bajo otra lectura y hace que reaparezca, en el inicio de la democracia, como lectura política para convertirse, poco a poco, en literatura política.

¿Qué había pasado entre tanto con Livraga? En el año 2006 los argentinos nos enteramos que vive y desde hace 53 años en EE.UU y nunca, desde aquel 10 de junio de 1956 habló con nadie de su familia sobre el tema, ni siquiera con su esposa. El tema…, el secuestro, el fusilamiento, sobrevivir, la cara destruida, la partida y las varias operaciones para reconstruir una cara… el tema… nunca vuelto a hablar con nadie salvo con ese hombre, que no tenía todavía 30 años, una noche calurosa “frente a un vaso de cerveza”, quizá en el Club de Ajedrez de La Plata, a menos de cien metros del despacho del gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

Entre el Livraga de Walsh y el que vi entrevistado en la televisión hay muy poco en común. Parece otra persona. No lo digo por los años transcurridos (nunca lo había visto antes), lo digo por lo que dice. Me explico: por lo que dijo Walsh que dijo Livraga aquella noche sobre aquella otra noche y madrugada de “los hechos”. Lo que dice en televisión no parece salir de la boca de la misma persona. Asimismo no se me ocurriría homenajear a Livraga más allá de los resarcimientos que reclama y sí, sin pensarlo, a Walsh -un homenaje, una muestra-, siendo Livraga sin embargo la víctima del hecho concreto. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué hace de Rodolfo Walsh un nombre recordable? Los números redondos de las fechas (40 de su desaparición el año pasado, 60 de la publicación) no alcanzan. Hay otra cosa. Y esa otra cosa pasa para mí -ha de ser un vicio del oficio- por la escritura. Lo que diferencia a Walsh de otros protagonistas de la época -los ‘50, los ’60, los revisitados ‘70- no es la militancia, tampoco su paulatina adherencia partidaria al peronismo ni su inscripción y trabajo en Montoneros. Lo que marca la diferencia es la escritura, su escritura: es decir, cómo ese hombre, en medio de su propia transformación política, la militancia y la puesta en marcha montonera escribe, sigue escribiendo a pesar de todo y contra todo.

Para quienes no escriben o escriben lo mínimo indispensable es difícil entender lo que implica la práctica de la escritura como oficio. En Walsh parece una adicción que desea corregirse, un “vicio burgués” dirá alguna vez Andrés Rivera. Sucede que, al mismo tiempo, produce tal intensidad de placer, y adicción, que resulta irrenunciable, un vicio que no puede dejarse. De aquí el planteo constante que él mismo hace frente a la literatura tal como venía escribiéndose y la necesidad de congeniar el impulso vital del escribir con los acontecimientos que la historia pone por delante. Junto a la lenta transformación política, Walsh advierte que eso que no puede dejar de hacer es una “desviación burguesa” y también que esa desviación burguesa, para sintetizarlo de alguna manera, es la causa de aquello que políticamente deberá combatir ¿Cómo hacer para desanudar semejante paradoja? A partir del día que conoce a Livraga, de ahí en más, Walsh no dejará de escribir, paradójicamente, para desentrañarla. Y aquí, digo, no hay diferencia entre sus textos testimoniales, periodísticos, secretos y los literarios. Todos tienen como telón de fondo esta cuestión, todos nacen del mismo conflicto.

Y entonces allí lo que marca la diferencia es cómo escribe Walsh. Ese es el punto. Y ese el punto sobre el que me paro para mirarlo. Él mismo dice/escribe en el prólogo a Operación Masacre de 1964 sobre el proceso de escritura:

Livraga me cuenta su historia; la creo en el acto.

Así nace aquella investigación, este libro. […] Esa es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse. Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, y piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones […] En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto […] se pueden revisar las colecciones de los diarios, y esta historia no existió ni existe.

Y en el epílogo advierte:

Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso, con fastidio que ahora escribiría mejor.

Para reflexionar siete años después en La Opinión:

Yo empiezo a escribir ficciones entre 1964 y 1965, una época de despolitización en el sentido de alejamiento de los problemas cotidianos de la política, de la relación social, de la inserción de uno en un proceso. En tiempos de la Revolución Libertadora, si bien en una forma anárquica y como francotirador, yo había participado de algún modo con Operación Masacre, luego viene el proceso de la Revolución Cubana y, casi al final del gobierno de Frondizi, me repliego en una no participación política, por un lado, y en la absorción de ciertos conceptos teóricos, por el otro. Tratamos entonces de resolver esa contradicción en el campo de la cultura, lo que entiendo que es un error, porque ese no es un campo aislado. Se empieza a ver una punta de la contradicción cuando se advierte el reflejo y el eco que tiene la obra de uno en el campo puramente cultural.

Nótese el paso del yo al nosotros en el mismo párrafo: la politización, que en Walsh significa compromiso, se implica en un nosotros. Pero, al mismo tiempo, cuando dice nosotros y habla en términos impersonales, está contando su drama personal con la escritura. Lo mismo pasa en sus personajes de los Los oficios terrestres o de Un kilo de oro, en la estricta ficción de “Las pruebas de imprenta”, “Fotos” o “Cartas”. Mauricio, por ejemplo, del que se dice “probaba el filo del mundo y rebotaba y se lanzaba otra vez al asalto” y, también, los personajes niños, los irlandeses del internado entre los que el propio Walsh dice salvarse cuando capta la atención de los compañeros por medio de literatura, su literatura.

Para esa época escribe una mínima autobiografía:

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba […] La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke. Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. […] Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. […] En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier otra cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.

Para terminar con:

En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento: he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez. (“El violento oficio de escritor” en Los diez mandamientos, 1965)

En 1972, entre sus papeles, se lee una confesión y testamento:

Si yo muriera mañana una parte de mi vida –esta parte de mi vida- podría parecer insensanta y ser reclamada por algunos que desprecio e ignorada por los otros a los que podría amar. Desde luego esa reivindicación personal no es lo que más importa (aunque no sea capaz aún de renunciar a ella), lo que importa es el proceso que ha pasado por mí, la historia de cómo yo cambié y cambiaron los demás y cambió el país.

Este cambio en Walsh está íntimamente ligado a la escritura, entremezclado con ella, hecho cuerpo en su propio cuerpo. Para que lo que dice exista, necesita escribirlo.

Imagino también –dice y escribe- un inventario de las cosas que quiero Lilia mis hijas el trabajo oscuro que hago los compañeros el futuro los que no obedecen los que no se rinden los que piensan y forjan y planean los que actúan el análisis claro la revelación de lo escondido el método cotidiano la furia fría los títulos brillantes de mañana la alegría de todos la alegría general que ha de venir un día la gente abrazándose la pareja en su amor la esperanza insobornable la sumersión en los otros (Rodolfo Walsh. Ese hombre y otros papeles personales, 2007: 198)

Y luego la larga lista de lo que odia, que no copio para no herir susceptibilidades. Sin embargo, no puedo evitar volver sobre el final. Los diarios personales de Walsh tienen la potencia de un huracán aunque se originen en un susurro. Dice/escribe allí:

¿Qué hago yo con todo eso? Empiezo a juntarlo y empiezo a mirarlo empiezo a estudiarlo empiezo a ver si se deja escribir. Y si no se deja mala suerte… porque si no es sobre eso no vale la pena escribir sobre nada.

Siento un mandato al recordar a Walsh por el hombre que escribe, el que se debate en ese extraño oficio/vicio incomprensible para la mayoría de los hombres y mujeres. En él la pulsión por escribir se lleva por delante cualquier otro gesto, todo otro deseo, toda disciplina. Lo que nunca podrá dejar de hacer, aunque sea el oficio más burgués que se conozca, será escribir. Relacionado con el no ser escuchado, con el querer decir en un mar de silencio y oídos sordos -entre los que se encuentran los militares pero también la cúpula de Montoneros, los peronistas, las camisetas peronistas, el colegio de internados al principio, las editoriales, los diarios, un largo etc.- Walsh sabe que si no pone por escrito eso que piensa, eso que dice se perdería irremediablemente. Y sabe también que lo que dice, si lo pone por escrito, conseguirá alguna vez torcer el rumbo de las cosas, permitirá observar con detenimiento, analizar, probar, enjuiciar… y corregir el rumbo de las cosas. Poner por escrito significa para Walsh saber la verdad y actuar según la racionalidad extrema de lo planificado meticulosamente. Lo importante es dar en el blanco, ganar la partida mediante el cálculo milimétrico en el que una palabra o una cita mal puesta significan tanto o más que un mal movimiento de ajedrez. Toda escritura en Walsh desafía y espera una respuesta: el jaque se revela cuando deja a su oponente casi mudo. Esa es su gracia. Ese es su juego.

Ahora bien, para Walsh no es un juego. Cree en la escritura y en las posibilidades precisas de la escritura. Por eso es lo que no puede dejar de hacer, cree en el poder de la escritura, en su carácter revulsivo y revolucionario. Por eso escribe la “Carta a la Junta Militar”. Como en Operación Masacre y en sus otros textos no ficcionales, hay más todavía: la creencia en la performatividad de la escritura como dije pero también la irrevocable sensación de estar salvando algo en medio del desastre “para que relumbre” –Tesis de la historia de Walter Benajmin- en los momentos de peligro por venir, porque habrá otros momentos de peligro. En su “Carta…”, Walsh lo dice con claridad y nos lo hace saber: somos una generación vencida y como todavía sabemos “los enemigos no han dejado de vencer”. Walsh sabe que no puede dejar de escribir porque quien escribe deja testimonio, es el testigo en su escritura.

Quienes escribimos esperamos la próxima jugada. Habrá que aprender a escribir mejor en todo caso, habrá que entrenarse. Leer a Rodolfo Walsh será la mejor manera al tiempo de tener en cuenta, según sus precisas indicaciones, la nota al pie, el error de imprenta, la cita, lo mínimo, el detalle: ellos contienen la verdad de los hechos, el punto ciego, el implícito. Tristemente, cuando Walsh va hacia su última cita no ve el error sino a último momento… cuando ya es tarde. Sobre la mala cita, podrida, se cierne la muerte.