Apuntes biográficos Por Nicolás Reydó

    Toda  vida está  hecha de misterios y contingencias. Suele  decirse, con cierta facilidad, que para valorar una trayectoria hay que tener en cuenta la relación entre los aspectos biográficos y aquellos accidentes o azares que produjeron algún desvío del camino transitado. Esta afirmación, sin embargo,  nada dice acerca de las proporciones entre historia y acontecimientos, ni del modo en que las miradas sobre un personaje ponen la atención en ciertos hitos icónicos que rodean un nombre, sin reparar en los dilemas que tuvo que asumir.

    La relación entre el pasado y los signos de un presente que lo desborda, en el caso de Rodolfo Walsh, requiere de una imaginación singular. Nacido hace  noventa años, el 9 de enero del año 1927 en Choele Choel (actual Lamarque), provincia de Río Negro, fue el tercer hijo de Miguel Esteban  Walsh y de Dora Gill, matrimonio argentino de ascendencia irlandesa, lo que determinó de modo decisivo su educación: a los 10 años fue enviado como pupilo al Instituto Fahy, un colegio a cargo de monjas y curas irlandeses, ubicado en la provincia de Buenos Aires. Allí no solo aprendió inglés, sino  que conoció los rasgos del rigor autoritario de esa atmósfera escolar, algo que permite suponer huellas en su carácter y un material valioso para sus futuras incursiones literarias. Los cuentos de la serie de los irlandeses reconocen los ecos de esa indeleble experiencia de la infancia.

    A los 17 años, Walsh abandonó sus estudios secundarios y comenzó a trabajar en la editorial Hachette como traductor y corrector de pruebas de  galera, inaugurando un largo periplo en el mundo editorial. Recién a los 22 años terminó la secundaria para luego cursar dos  años en la carrera de Letras. En el transcurso de esos años, entre 1944 y 1945, se acercó al grupo católico de derecha Alianza  Libertadora Nacionalista, atraído por el nacionalismo y el antiimperialismo británico, un tono forjado desde su filiación irlandesa. Años más tarde Walsh abjuró de aquella temprana militancia: “La Alianza fue la mejor creación del nazismo en la Argentina […]. Hoy me parece indiscutible que sus jefes estaban a sueldo de la Embajada alemana”.

    Su  relación  con el peronismo  fue muchas cosas menos sencilla. El 17 de octubre de 1945 lo encontró en Plaza de Mayo exigiendo, junto a la multitud obrera, la libertad de Perón, sin que eso significase suscribir esa identidad política. En el año 1955 apoyó el derrocamiento del general, con señalamientos precisos respecto a la forma organizativa y a la burocratización de sus cuadros dirigentes, perspectiva que difiere radicalmente de los argumentos golpistas.

    En esos años se abocó con relativo éxito a la redacción de cuentos policiales, tal vez un tanto empujado por el impulso a la experimentación literaria y otro tanto, como él mismo ha señalado, para evadir la dureza de un régimen poco afecto a la libre expresividad. Ya en 1953, fue premiado en un concurso de cuentos organizado por Emecé por un jurado compuesto por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Leónidas Barletta; mientras, su trabajo como periodista en las revistas Leoplán y Vea y Lea  le permitió publicar algunos de sus cuentos. Quien sostenía su economía diaria era su mujer, María Elina Tejerina, profesora de Letras a quien conoció en 1949 en un evento literario en la Biblioteca Nacional. Con ella se casó un año más tarde y tuvo a sus dos únicas hijas: Victoria y Patricia.

    En 1956 una inesperada señal, la de “un fusilado que vive”, lo arrastró hacia una deriva impensada que lo marcó de manera decisiva. La investigación que realizó sobre los fusilamientos en los basurales de José León Suárez determinó una singular combinatoria: la tensa pero fructífera relación entre compromiso, investigación política y literatura. Esa propensión lo llevó a aceptar el convite de su amigo Jorge Masetti para fundar, junto con Rogelio García Lupo, la agencia Prensa Latina, un ensayo de contrainformación que tuvo su momento crucial cuando Walsh interceptó accidentalmente y descifró, valiéndose de un manual de criptografía, un cable de la Embajada estadounidense en Guatemala dirigido a la CIA en el que se anticipaba la invasión norteamericana a la isla. Inestimable colaboración para preparar el plan y las fuerzas de la resistencia.

“Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.R.W.

      Walsh volvió a Argentina en 1961 profundizando su camino como escritor que se bifurca entre la literatura y la política. Los años siguientes fueron de gran productividad: publicó sus dos obras de teatro, La granada y La batalla (ambas de 1965), y sus libros de cuentos Los oficios terrestres (1965)   y Un kilo de oro (1967).

    En 1967 regresó a Cuba invitado por su amigo Paco Urondo para ser jurado del concurso literario Casa de la Américas y participó también en un congreso de intelectuales latinoamericanos. Pocos meses antes del viaje conoció a Lilia Ferreyra, su última compañera.

    Durante la última etapa de su vida, Walsh asumió tareas ligadas a las insurgencias de su tiempo. Tras entrevistarse con Perón en Madrid y vincularse por su intermedio al sindicalista Raimundo Ongaro, le fue encargada la redacción del semanario de la CGT de los Argentinos, periódico que dirigió desde 1968 hasta 1970.

    En  1970  emprendió  su militancia  en distintas organizaciones del peronismo revolucionario, las que luego de distintos procesos de síntesis y fusiones confluyeron, en 1973, en la organización armada Montoneros. Mantuvo serios contrapuntos con la conducción de esta última alrededor de su pasaje a la clandestinidad y del carácter militarista que iba dominando el quehacer y el estilo militante en detrimento de perspectivas políticas capaces de sintonizar con la situación real de las clases populares, producto de, según Walsh, un “déficit de historicidad”. En esos años trabajó como periodista en el Semanario Villero y en el periódico Noticias y fundó, en marzo de 1976, tras el golpe de Estado, ANCLA y Cadena Informativa, dos herramientas fundamentales para el ejercicio de la contrainformación en plena dictadura. En los meses siguientes, recibió dos durísimas noticias: grupos militares emboscaron a Paco Urondo y mataron a su hija Victoria.

    El 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh fue asesinado en el barrio de San Cristóbal y secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA, luego de escribir y dejar en el correo su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que pone de manifiesto la relación entre la muerte y el modelo económico que la dictadura pretendía instituir a través del terror como régimen de “miseria planificada”. Sus restos, al igual que muchas de sus obras y escritos inéditos, continúan desaparecidos. 

Rodolfo Walsh : los oficios de la palabra / Roberto Ferro … [et al.]. – 1a ed. –   Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2017. 120 p. ; 27 x 20 cm. ISBN 978-987-728-084-5  

  1. Política Argentina. 2. Literatura Argentina. 3. Periodismo de Investigación. I. Ferro, Roberto   CDD A860

Nicolás Reydó,  Investigador de la Biblioteca Nacional